martes, 8 de abril de 2008

Y para qué un Movimiento Cultural


Por Álvaro Marín

Si la cultura es en sí misma movimiento ¿Qué es lo que hace que en algunos momentos se hable en términos específicos de Movimiento Cultural? Las corrientes críticas y de la creación surgen de contingencias singulares, muchas veces acompañadas de grandes transformaciones sociales, o de revoluciones técnicas y científicas, y cuando no, entonces preceden y crean el espacio propicio para estas transformaciones. Hoy en Colombia se vuelve a hablar, después de un largo silencio frente al tema, de movimiento cultural, y en realidad hay algunos signos que pueden dar cuenta de la presencia del fenómeno, entre ellos el resurgimiento del movimiento estudiantil impulsado por las generaciones más jóvenes de estudiantes. Pero existen también corrientes expresivas que se manifiestan a través de diversos medios impresos, audiovisuales y sonoros. Desde luego no me refiero a la expansión del mercado en el ámbito de la cultura, sino a todas las corrientes que surgen desde los distintos escenarios de la vida colombiana y que tienden a constituir una vertiente de la cultura más allá de los mass media y el mercado, o precisamente como respuesta a la apabullante incidencia y control social de esos medios que hacen parte de la estructura del sistema. Las corrientes que surgen son precisamente corrientes antisistémicas, y el naciente movimiento cultural fluye entre los intersticios de nuestra vida de manera desarticulada, pero con intereses y necesidades comunes; el sentido de la creación que acompaña una preocupación social, es precisamente otro elemento característico de los movimientos culturales.

Las fuerzas de la articulación

El significado de un movimiento cultural en un contexto como el colombiano es impredecible, pero es también una respuesta al corto alcance - en términos de necesidad de cambio- de las vanguardias, o mejor, del aparato político. La necesidad de condensar una voluntad, de constituir y articular una fuerza en un movimiento de artistas e intelectuales, como el que se ha propuesto desde la iniciativa de los poetas en Medellín, es también una iniciativa que deja entrever la intuición de un proceso en curso y conformación.

Pero antes hay que decir que los movimientos culturales están en parte determinados por las propias contingencias, y sobre todo por la necesidad de cambio y transformación de la realidad: cultura siempre es movimiento. Pero el caso singular del movimiento que surge es su levantamiento desde la profunda ceniza del holocausto colombiano. Al filón de la muerte que alimenta el poder, los intelectuales y artistas responden desde una iniciativa vitalista de la política que consiste en trabajar con sentido generativo, desde las ruinas del fracaso del Estado Nación en Colombia.

Un movimiento cultural, como todo movimiento social, incluso físico, supone una transformación, un cambio en la cualidad. Lo cualitativo en los movimientos culturales no es una suma de cantidades y filias sino todo lo contrario: una transformación de la materia, de la masa crítica. Entonces la acción cultural supone asimismo una energía que actúa en el sentido de esa transformación, es un movimiento, un sismo de la cultura. ¿Qué es lo que hace que una cultura circule en sentido evolutivo? El conflicto y sus componentes son el primer elemento activador, pero el segundo elemento, y sin el cual el primero sólo sería un componente inerte, es la conciencia; la conciencia es en sí misma búsqueda de sentido.

La conciencia agredida

El movimiento del mercado como estrategia de expansión busca distraer la conciencia a través de estrategias diversas. Una de sus estrategias es la insistencia en la tergiversación de la realidad, no sólo a través del tinglado mediático, esto no es suficiente para el mercado, su movimiento compulsivo busca también atiborrar la conciencia de la inteligencia y sus trabajadores que son los artistas, escritores, periodistas y pensadores. Sus fuerzas y movimientos reaccionarios actúan a través de los mismos intelectuales y a través de herramientas que reproducen en ellas el estado febril que obnubila y refunde en un ensueño de bienestar individual el estado de vigilia del mundo, sus herramientas son formas vivas: bacterias consumistas, virus que desarreglan el sistema inmunológico propio, palabras que vulneran el lenguaje. Y otras, las más de las veces: la comodidad, el dinero, la corrupción. Y estos componentes actúan como elemento inoculador que localiza el cuerpo expresivo y lo invade, una muestra de ello son las columnas de los escritores que les sirven de estructura intelectual a la prensa oficial. Una prensa confesional que recurre a la coacción a través de sus columnistas y que demanda de manera agresiva la conversión de los díscolos señalándolos con el estigma, históricamente reincidente, del sedicioso, o de estar contagiado del espíritu sublevado. El horror al contagio resguarda a la inteligencia sistémica de perder sus defensas individuales y preserva sus privilegios que nunca van más allá de los pingues beneficios personales logrados a través de una escritura inane.

El sentido de un movimiento cultural encuentra su campo de proyección precisamente allí, en la ruptura del tabú, en el espacio de la comunicación, en medio del contrapunteo entre las fuerzas cuantitativas del mundo financiero que se expresa primero en codificaciones y termina componiendo cifras. Pero las fuerzas de cambio son siempre cualitativas, aunque procedan de acumulaciones como ocurre en la realidad colombiana: el conflicto de largo tiempo ha acumulado la suficiente energía para su propia auto incineración, la carnicería manifiesta es su cambio de cualidad, su camino regresivo y su descomposición y putrefacción última.

Las formas de expresión

No podría afirmar que en otros países ocurre lo que ocurre en Colombia, pero del país se pueden afirmar algunos signos, además de los que ya son un lugar común: el mercado como regulador del lenguaje y la gramática social. La sumisión retoma nuevas formas, tanto que la voz y la opinión individuales se ven asordinadas por el coro que pide el respeto a la institucionalidad y a la autoridad, paradójicamente en Colombia, en donde el poder se sustenta sobre la corrupción, y la autoridad y sobre el desmesurado componente de la fuerza física y criminal que hace parte de la misma descomposición institucional.

Las formas de expresión de buena parte de la intelectualidad colombiana surgen del ámbito totalitario de la corrupción. El movimiento cultural, de tendencia argumentativa y cuestionadora en este caso, no puede verse desde esa institucionalidad sino como amenaza y como “enemigo”, y cuando no, está el disfraz del colaboracionismo investido de “independencia” que pretende ubicarse en un inexistente centro, como el centro en la esfera de Pascal, que está en todas partes y en ninguna. No es posible la independencia en un medio dependiente, lo que si es posible es la simulación crítica fungible como insumo de producción, o en el mejor de los casos de semental del aparato reproductivo de la cultura, hasta su involución o desaparición en los ciclos de un mercado que se inventan un escritor cada día, y cada día, convierten a otros en desaparecidos de las “fuerzas oscuras”, fuerzas que se presentan al asalto como tales sólo por la venda de la censura crítica. En estos tiempos la racionalidad instrumental de la industria cultural ha alcanzado el máximo de poderío que hace ver grisáceos el pensamiento y la reflexión, vagando en fantasmagorías, cubiertos por la bruma del éxito comercial, tanto mayor cuanto es más evidente la miseria de la creación.

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